miércoles, 14 de octubre de 2009

Cuentos para aburrir I

La pequeña Alicia, sumida en un sueño tararea una canción, mientras recorre un bosque de árboles coloridos de tono otoñal. Lleva unos zapatos de cristal y, dando saltitos sobre el suelo, los va destrozando a cada momento más y más, dejando pequeños trocitos transparentes clavados en sus pies.
Pero Alicia canturrea, inmune al dolor que aquellos zapatos puedan ocasionarle, ya que ahora solamente siente un mínimo cosquilleo que le recorre la espina dorsal, creándole un éxtasis difícil de explicar.
Tras mucho caminar dando saltitos y ya sin zapatos, Alicia decide apearse en la cuneta de un sendero. A lo lejos ve a un niño, despeinado y sucio, que carga con un violín bajo el brazo y se rasca con el arco que usa para tocar el instrumento.
-Hola- le saluda cuando este llega a su altura.
-Hola
-Yo soy Alicia. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
-Yo soy Hansel.
-¿De dónde vienes?- quiso saber nuestra protagonista.
-Vengo de pasar la noche en un castillo. Dicen que es terrorífico pero, yo no consigo sentir miedo. Es por eso que me llaman Hansel Sin Miedo.
-Entonces no te asustará acompañarme en este sueño ¿no?
-No, por supuesto que no.
Y cogidos de la mano, siguieron caminando por el bosque, cada vez más felices de estar acompañados y no vagar solos dentro de aquel cuento.
Pero los días iban pasando y, poco a poco, dejaron de pasárselo bien juntos. Y Hansel aprendió a tener miedo cuando algunas preguntas asaltaron como ladrones su cabeza: ¿Va a ser siempre así? ¿Voy a estar siempre con esta niña que pronto se convertirá en mujer y menstruará, y me pedirá hijos, y querrá que yo tenga un sueldo mejor? ¿Qué va a ser de mi juventud? Todavía soy joven y me quedan muchas cosas por hacer.
Así que, con esto en mente, un día, de madrugada, antes de que Alicia despertara, Hansel abandonó el lecho de hojas secas de un nuevo otoño distinto el primero y se largó.
Cuando la pequeña niña despertó, se vio sola de nuevo, con los pies llenos de cicatrices infectadas de los cristales que se había clavado cuando tenía aquellos maravillosos zapatos de cristal.
Como le costaba caminar, se mantuvo apoyada en el tronco de aquel árbol que la amparaba, pero aburrida de ver siempre el mismo paisaje, decidió caminar hasta algún claro en el bosque.
Caminó y caminó, hasta ver a lo lejos, un lobo que soplaba una casa de paja.
La casa voló por los aires y un cerdo salió corriendo de ella y se perdió en la lejanía, más allá de dónde alcanzaban a ver los ojos de la niña. Entonces el lobo posó la vista en Alicia y se acercó. Pero no de una forma amenazante, sino seductor y de un modo que hacía desconfiar de él.
-Hola, yo soy Alicia.
-Hola, yo soy el Lobo. No te asustes porque me hayas visto derribar esa casa… Es que formo parte de una organización anti-especuladores. Esos cerdos no hacen más que invadir nuestro bosque con sus casitas de mierda y paja. Estamos hartos de decirles que, los animales en el bosque, somos libres y salvajes y no necesitamos de las comodidades de esas casitas pre-fabricadas de ciudad.
Tras esta explicación Alicia se sintió más tranquila y decidió darle un margen de confianza al Señor Lobo.
Pasaron los años y Alicia solo esperaba el momento de que aquel simpático y amable lobo la abandonara, como había hecho antes Hansel.
Pero mientras ese momento no llegaba, el Lobo trabajaba como un cabrón para que Alicia pudiera tener todas las comodidades del mundo, incluyendo unos nuevos zapatos de cristal que a la niña (ya mujer) se le había antojado para volver a sentirse joven.
La dura jornada de trabajo del Lobo, le dejaba a nuestra protagonista mucho tiempo libre, que empleaba en recoger bayas del bosque y otros frutos que tomaba de las plantas.
En una de esas tardes, ésta creo recordar que era en primavera, pasaba por allí un príncipe apuesto y engalanado que volvía de la guerra y se había perdido buscando su castillo.
Alicia, al oír la palabra “castillo”, pensó en todas las cosas que debían haber allí y, enamorándose del poder adquisitivo del príncipe, montó con él en su corcel y se fueron, dejando tras de si a un lobo digno y trabajador, amante de la mujercita que le había acompañado en los último inviernos.
El Lobo, triste como estaba, buscó y buscó a su chica, durante edades ciegas, días y noches. Pero no la encontró. Y se dedicó a deambular por el mundo como había hecho hasta antes de conocer a Alicia.
Pero aquel mundo que antes pisaba y cuidaba, había cambiado: castillos por aquí, calles, murallas y fosos por allí. Habían hecho de aquel basto bosque algo pequeño y aislado, donde las ardillas roían nueces industriales y los pájaros ya no vivían en nidos, sino en casitas de madera hechas por el hombre.
Fue entonces, tras mucho deambular cuando se encontró, a las afueras del bosque a una anciana, maltrecha y pedigüeña, sentada sobre una roca.
-¿Puedo ayudarla en algo, señora?- se ofreció el lobo.
-Oh, Lobo, eres tú…
Cuan grande fue la sorpresa del Señor Lobo cuando descubrió que aquella anciana era su querida Alicia, que años atrás le abandonara en el bosque.
-Querido, lo siento mucho. Escapé con el príncipe que me ha pegado la sífilis y me ha echado de su castillo, porque ya soy vieja y fea, y ya no le sirvo para nada. Ahora yace en los brazos de una jovencísima modelo sueca y yo, me muero de soledad, pobreza y enfermedad.
El Lobo sentíase impotente ante aquella situación, así que se fue directo a un conocido suyo que hacía las veces de brujo y boticario.
Su nombre era Pinocchio y, cuando era joven, una bruja accedió a tenerle de aprendiz tras darle una poción que hacía que le creciera la nariz cada vez que tenía deseos sexuales.
-Pinocchio, Pinocchio… ¿recuerdas a aquella niña rubia que rondaba por el bosque cuando éramos jóvenes?
-Sí, por supuesto. ¿Qué necesitan ese par de tetitas y ese culito respingón?
-.Cianuro, hermano.
-¿Qué es lo que tiene?
-Le pesa el corazón de culpa y de pena. No hay nada que hacer.
-Tal vez esto… Mira, te voy a facilitar el cianuro, y estos cogollos de marihuana. Úsalos cuando creas conveniente.
Así que, dirigiose el Lobo allí donde había encontrado a Alicia la otra vez. Ahora, ya había muerto.
Le cerró los ojos sin escupir siquiera un “descansa en paz” y retomó su vida, dejando el tarrito de cianuro a las afueras del castillo de aquel castillo próximo. Eso sí, llevose consigo los cogollos de marihuana.
Al cabo de los años, decidió crear su propia plantación y se convirtió en gurú del bosque, ya que empleaba aquella hierba como medicina para el alma.
En sus ratos libres, que eran todos, leía, componía canciones, escuchaba el Quinteto para Piano y cuerda en Fa Menor Op. 34 de Brahms y daba clases de inglés.
En aquellas clases de inglés conoció a una princesa-cisne que tenía sobre ella una maldición. Durante el día era un cisne y por las noches daba clases de alemán.
Una de aquellas noches en que ella libraba y tenía aspecto humano, invitó al Lobo a tomar unas copas a su casa.
Mientras el Lobo esperaba a que Odette (que ese era el nombre de tal personaje) se convirtiera en mujer, estuvo hojeando unas revistas que ella tenía en el comedor.
Los titulares rezaban: “Alicia despierta de su coma tras 10 años.”
Y en la segunda página: “Muere la modelo sueca que salía con el príncipe tras ingerir una pócima de cianuro después de una discusión con el noble. Todo apunta a un suicidio.”
Entonces la princesa-cisne, salió del baño y, al tercer vaso de whisky con hielo del Señor Lobo, ya estaban haciendo el amor como bestias en el sofá de Odette.

2 comentarios:

  1. Juan Sin Miedo, leñe, no me acordaba de esa historia y tenía su gracia. Me alegra que el Lobo termine bien.

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